Todo aquel que consume o ha consumido cannabis tiene clara esa vacía sensación que se tiene al ser discriminado. El señalamiento es una constante en nuestra relación con la sociedad de la que nos alimentamos y que aún tiene ciertas creencias colectivas que llevan a la discriminación.
Los extremos son perjudiciales y siempre muestran una cara irreflexiva de cada punto de vista. No hay verdad que sostenga un argumento sin haber contemplado las otras posibilidades. Y es lo que sucede en torno a las opiniones sobre el cannabis, ahora que el reconocimiento de más derechos, la experiencia en la investigación científica (estudiando lo que siempre ha sido conocimiento ancestral), y un cambio generacional importante han provocado un “Run Run” que ha permeado hasta a Wallstreet.
En medio de ese cambio de generaciones, y de instituciones arcaicas que se resisten a dar el brazo a torcer, existe un pensamiento generalizado que sostiene aún lo pecaminoso, lo bajo y sucio que es el consumo de la marihuana basado en el estereotipo del marihuanero que delinque, de malas costumbres, marihuanero de “esquina”. Una posición que no responde argumentos, no da concesiones y que se ha construido su propio pedestal sobre los hombros de una guerra antidrogas a todo nivel, a finales del siglo pasado.
Esa creencia de que la guerra contra las drogas, drogadictos, consumidores, conocedores, sembradores, traficantes y corruptos, todos por igual, creó ese pensamiento persistente que realmente era una guerra, y terminamos matandonos. La verdadera guerra es la que se libra hoy en redes sociales y plataformas como instagram, donde las vivencias, el conocimiento y la difusión se combinan para responder a décadas de no poder decirlo a voces. Ahora es posible. Es la verdadera confrontación de los argumentos.
Hemos ido adquiriendo conocimiento al rededor del gusto, razones que afianzan lo que nos contaron hace miles de años y que se convirtió en un secreto vergonzoso para algunos o para otros una herramienta para darle forma a la personalidad. Cómo Bob Marley como Sagan o Snoop Dogg.
Pero ni Bob era tan… ni Carl Sagan era muy… Ni Snoop se fuma todo lo “que se fuma”. Vivimos en una sociedad que mercantiliza lo que toca y el nuevo negocio de la marihuana a nivel mundial no es ajeno a eso. Aún más allá, los que gustamos del cannabis y sus bondades tenemos la primera responsabilidad de reconocer los límites que pueda tener esta revolución. Reconocer sus bondades y el conocimiento o desconocimiento; llámese abuso, llámese exceso, llámese adicción.
Si bien para nosotros los que gustamos del cannabis, el hábito del consumo se asemeja al gusto por el buen café, o los buenos vinos, hemos sabido también de muchos que se han perdido en el intento. Si no fuera así, alcohólicos anónimos o narcóticos anónimos hubieran desaparecido hace años. Y es que el problema no es la planta. Muchas veces el problema es la mente que la incorpora. Si existe alguien adicto al agua, el problema no es el agua en sí, es cuántas veces ha tenido un mal momento por tener que evacuar tanto y tantas veces.
Algunos han hecho del cannabis una forma de vida, y es lo correcto. Otros lo han incorporado a sus vidas como se debe, con responsabilidad y conocimiento de causa. El conocimiento de los efectos también es beneficioso. En personas que se ejercitan, en profesionales que se concentran en sus proyectos, en hombres y mujeres que meditan mientras fuman, de creativos que logran parir una obra de arte cuando consumen cannabis. De padres de familia que ven el futuro como promisorio y cumplen, cuando el mito aún intenta desdibujar la imagen de un progenitor que fuma marihuana.
Los nuevos dispositivos para fuma, las investigaciones y mucho de sentido común nos han permitido mejorar. La vaporización es hasta el momento, una opción más saludable a la combustión, tenemos más conciencia de los procesos industriales para los papeles de liar u otros productos y el autocultivo nos permite hacerle el quite a ciertas sustancias nocivas para nuestro cuerpo. Vamos en un proceso de dignificación de nuestro gusto que aumenta cada día. Darle dignidad a lo que nos gusta y a lo que hacemos es el método perfecto para sacar nuestro proceder de ese pensamiento discriminatorio y darle claridad.
Hablar directamente con nuestros vecinos y amigos, contarles con naturalidad sobre cómo y porqué lo hacemos. Ser claros en demostrar que seguimos siendo la misma persona, responsable, buen vecino, buen amigo. El que ayuda a abrir la puerta o con las bolsas del mercado. Seguimos siendo las mismas personas, solo que nos gusta fumar. Desde la orilla en la que nos gusta el cannabis podemos entender a aquellos que no les gusta y con argumentos es posible darnos a entender y entender al otro. A algunos nos gusta y a otros no. Todos los puntos de vista se pueden escuchar.
Debemos buscar un punto medio donde el reconocimiento de nuestros derechos y la comprensión del desconocimiento de las otras personas, se encuentren. Un lugar donde podamos estar de acuerdo en que no estamos de acuerdo pero que el consumo de marihuana, responsable, saludable, conciente, no solo aporta a la experiencia del individuo sino a la construcción de una sociedad donde podamos encontrarnos sin marcar las diferencias y reconociendo en el otro una posibilidad más de convivencia y compartir en paz.